jueves, 24 de diciembre de 2015

El Madrid que SÍ fue IX. El Real Alcázar de Madrid

24 de diciembre de 2015. Un día tranquilo, un poco frío, y en las casas ya comienzan los preparativos para la cena de Nochebuena. Una imagen no muy diferente a la que se daba en Madrid en 1734. Los madrileños a estas horas empezaban a celebrar las fiestas con alegría por las calles. Nada podía presagiar la tragedia que estaba a punto de suceder. Pero comencemos por el principio.

Nuestra ciudad tiene su origen en aquella mítica fortaleza árabe del siglo IX que, situada en el solar en el que hoy encontramos el Palacio Real, defendía los territorios musulmanes del sur de la península.

Evolución histórica de la planta del
Real Alcázar de Madrid
Este primitivo recinto amurallado, mandado construir por el emir cordobés Muhamad I (852-886), fue ampliándose poco a poco hasta que, ya en el siglo XV, se convirtió en una de las principales fortalezas de la península por ser residencia temporal de la dinastía de los Trastámara, los reyes de Castilla, los cuales acudían con asiduidad a la población al ser Madrid sede habitual en la convocatoria de Cortes del Reino. Y por ello, historia no le falta a este lugar.

Enrique III de Castilla, “el Doliente” (1379-1406) levantó algunas torres en este castillo musulmán, dando al complejo un aspecto palaciego, mientras que su hijo Juan II (1405-1454) añadió la conocida como “Sala Rica” y construyó la Capilla Real.

Enrique IV (1425-1474) decidió residir en este alcázar durante largas temporadas, motivo por el cual su hija Juana, la conocida como “la Beltraneja”, nació en su interior en 1462.
Tan sólo 14 años más tarde, la ya reina Isabel la Católica (1474-1504) asedió a los seguidores de la Beltraneja en las afueras de este castillo con motivo de las disputas por el trono de Castilla. Es esto lo que provocó que el recinto fuera dañado en su cara externa. Destrozos que se repitieron durante la Guerra de las Comunidades, de 1520 a 1522, ya durante el reinado de Carlos I (1500-1558). Muy poco después de estos daños es cuando llegó preso el rey Francisco I de Francia a esta misma edificación (leer “El Madrid de Francisco I”).

Dibujo de J. Cornelius Vermeyen del viejo alcázar antes de la
ampliación de 1537 de Carlos I (pintado hacia 1534)
A raíz de estos acontecimientos, Carlos I decidió remodelar la fortaleza y convertirla en un palacio renacentista digno de la realeza. A pesar de ello, decidió seguir denominándolo alcázar, como se había hecho hasta el momento.
Las obras comenzaron en 1537, tan solo 3 años después del dibujo realizado por J. Cornelius Vermeyen en el que se puede ver cómo era este espacio con su aspecto aún de castillo musulmán.

Reconstrucción hipotética del Real Alcázar tras las
reformas de Carlos I, hacia 1550
Durante la remodelación se renovaron las dependencias antiguas que rodeaban el Patio del Rey, se construyeron otras nuevas alrededor del Patio de la Reina, y se edificó la Torre del Príncipe hacia el lugar en que hoy se encuentran los Jardines de Sabatini.

Tras el reinado del Emperador, su hijo Felipe II (1527-1598) tomó la trascendental decisión de trasladar la capital de la corte a Madrid en 1561, por lo que la ciudad adquirió la importancia que se puede imaginar al convertirse en la primera capital permanente de la monarquía española. Por este motivo, se adaptó definitivamente el alcázar como residencia palaciega en unas nuevas obras que transcurrieron de 1561 hasta 1598. Se reformó gran parte de las estancias con un proyecto del arquitecto Gaspar de la Vega, y se le encargó a Juan Bautista de Toledo construir la Torre Dorada en un extremo del alcázar, hacia donde hoy se ubica el edificio que acogerá el Museo de Colecciones Reales.

Dibujo de A. Van den Wyngaerde
del Real Alcázar hacia 1567
Este conocido arquitecto también había recibido el encargo de la construcción del Monasterio de El Escorial. Por esa razón, la Torre Dorada estaba rematada por un chapitel de pizarra muy similar a los proyectados para El Escorial.

El extremo norte, hacia los actuales Jardines de Sabatini, se convirtió en un área para el servicio. Por otra parte, la zona más ceremonial se situó al sur, allí donde aún quedaban dos de las torres de la primitiva fortaleza árabe, que también fue remodelada tomando aires de palacio real.
Además, se construyó la Armería Real en el lugar en el que actualmente encontramos la cripta de la catedral de la Almudena.

Dibujo anónimo del Real Alcázar hacia 1596 y 1597 ya
finalizadas las obras encargadas por Felipe II.
En el dibujo se ve un espectáculo de funambulismo
ofrecido por los hermanos Buratines
Felipe III (1578-1621) se encargó de homogeneizar la fachada sur del Alcázar. Para ello, tomó como modelo la recién construida Torre Dorada en este extremo del palacio, y encomendó a Francisco de Mora un nuevo trazado siguiendo el estilo de esta torre. Así se creaba la fachada más interesante de la edificación, la sur, que si estaba rematada en la zona oeste por la mencionada Torre Dorada, finalizaba por la zona este con una nueva Torre, la Torre de la Reina, a imagen de la anterior.
Estas obras duraron de 1610 a 1636, con lo que fue el sobrino del artista, Juan Gómez de Mora, quien finalizó la tarea añadiendo trazas barrocas al proyecto original, además de encargarse de la remodelación de las estancias de la reina.

Maqueta del proyecto de Juan Gómez de Mora para el Real Alcázar
También se remodelaron las tres fachadas restantes dando un aspecto totalmente homogéneo a la estructura, con nuevas columnas y ventanas, y solo respetando la cornisa occidental que da al río Manzanares, manteniendo así las características originales de la fortaleza musulmana por esa parte.

Felipe IV (1605-1665) comenzó las obras del Palacio del Buen Retiro para convertirlo en residencia real, con lo que cesó en la tarea de remodelar el Real Alcázar. Sin embargo, las obras de Juan Gómez de Mora finalizaron en 1636, ya durante el reinado de Felipe IV, con lo que fue durante este período cuando el alcázar alcanzó su máximo esplendor, siendo un auténtico palacio real con un estilo propio.

Pintura del Real Alcázar tras la remodelación de
Juan Gómez de Mora finalizada en 1636
Esta fisionomía se mantuvo durante el reinado de Carlos II (1661-1700), y la Torre de la Reina, hacia el sureste del alcázar, se remató con un chapitel de pizarra, creando así una simetría con la otra torre que se situaba en la fachada sur, la Torre Dorada.

El reinado de los Austrias finalizó con Carlos II, y en 1700 Felipe V (1683-1746), de la dinastía de los Borbones, se convirtió en nuevo rey de España.

A pesar de la majestuosidad que ya inspiraba el Real Alcázar de los Austrias, para el nuevo rey se trataba de una fortaleza austera, bien distinta al entorno palaciego francés de Versalles donde había nacido. Se dice que Felipe V no llegó a apreciar este histórico alcázar, y que sus deseos pasaban por construir un palacio que se convirtiera en nueva residencia real.

Y por fin llegamos a 1734, año con el que comenzábamos el artículo. 24 de diciembre de 1734. La Corte, encabezada por el rey Felipe V, se había desplazado al cercano Palacio de El Pardo para celebrar las fiestas. El Real Alcázar de Madrid, el que era el edificio más importante de la ciudad y quizás del país, guardaba silencio. Sólo el personal del servicio y algún noble se encontraba en su interior preparando la Nochebuena.

Doce de la noche. Se produce el cambio de guardia sin novedad. Nada hace presagiar lo que está a punto de suceder.

Dibujo de Filippo Pallota donde se ve el
Real Alcázar en 1704
Pocos minutos más tarde, a las doce y cuarto, las campanas del Alcázar comienzan a repicar, pero ningún vecino acude al palacio. Seguramente están tocando para llamar a la Misa del Gallo, tradicional de Nochebuena... o al menos eso imaginan los vecinos de Madrid.

Ya de madrugada la noticia corre como la pólvora por las calles de la ciudad: ¡El Real Alcázar se está quemando!

El caos se adueña del lugar. Monjes y centinelas se afanan en despertar a los dormidos y en sacar a las familias y a personas como la marquesa de Fuentehermoso del palacio. La fachada occidental, la que guardaba aún esos rasgos musulmanes, sucumbe en pocas horas. Mientras, otros se afanan en rescatar algunos de los tesoros del palacio. Un cerrajero real corre a la Capilla Real para salvar todo lo que puede de la rica sala. Pero tiene poco tiempo: a las cuatro de la mañana, la citada capilla ya no existe.

Reconstrucción virtual de la fachada oeste que aún
incorporaba elementos de la fortaleza musulmana.
Fue la primera en consumirse por el fuego.
Carmen García Reig. museoimaginado.com
Éste y otros cerrajeros, temerosos de los saqueos, solo abren las puertas a personal del servicio y religiosos, por lo que la operación de rescate de objetos valiosos es bastante lenta.

Una larga noche que parece no tener fin. Y es que el día de Navidad, el 25 de diciembre de 1734, amanece en el Real Alcázar ya con llamas por la práctica totalidad de las estancias. Todos los esfuerzos por apagar el fuego son en balde. Se dice que sobre las cuatro y media de la tarde hay un fuerte viento en la ciudad que aviva más aún las llamas. Mientras tanto y de forma desesperada se trata de salvar todo tipo de alhajas, arcones de plata y madera, cofres con dinero…

El fuego llega al Salón Grande, una de las estancias principales en las que se guarda una infinidad de cuadros, obras de arte que están a punto de desaparecer.
“¡No hay escalera!”, se escucha en el Salón Grande. ¡Algunos de los cuadros están en la parte superior de las paredes, y no hay una escalera para poder bajarlos! Las personas allí presentes sacan los lienzos de la parte baja de la pared de sus marcos y los arrojan por las ventanas. Así se salvan obras de arte, exactamente 1.038, tales como “Carlos V en Mühlberg” de Tiziano, o “Las Meninas” de Velázquez. De hecho, algunos de los cuadros del Museo del Prado aún guardan restos del humo de este incendio.

Boceto de "La expulsión de los Moriscos" de Velázquez
Menos suerte corrieron otros cuadros, al menos 500, entre los que se encontraba la que se consideraba una de las obras de arte más valiosas de Velázquez, “La expulsión de los Moriscos”, o el retrato favorito de Felipe IV que le había pintado Rubens, que desaparecieron en esta quema.
También la práctica totalidad de las obras de las Indias ofrecidas por los conquistadores a los reyes de Castilla desde la época de Colón se perdieron en este incendio catastrófico.

Durante cuatro días se continúa con los trabajos de extinción, que por fin finalizan con un palacio que se ha convertido en pasto de las llamas. Solo quedan en pie un par de fachadas y la Torre del Príncipe.

Cuadros, bulas papales, importantes archivos, derechos reales de las Indias… desaparecen en la fatídica Nochebuena.

Como decimos, una tragedia, una gran pérdida para Madrid y para la historia de España, que no está exenta de polémica.
Y es que, en primer lugar, no era habitual que la familia real no se encontrara en el Real Alcázar. El rey y su familia solían permanecer en el Alcázar en Nochebuena, ya que solían acudir a los maitines de Nochebuena de la Capilla Real.

Más sospechosa es la decisión de Felipe V, tan solo unos pocos días antes del incendio, de trasladar algunas de sus obras de arte favoritas del palacio a otros lugares, razón por la que se pudieron salvar.

El Real Alcázar hacia 1710, pocos años antes de sufrir
el incendio de 1734. Es uno de los últimos dibujos del
palacio. Se trata del diseño que presentaba en el momento
de su desaparición
Y si por esto no fuera poco, la forma en que se extendió el incendio por todo el entorno y, especialmente, la rapidez, no hacen más que aumentar las dudas. A pesar del gran tamaño del recinto, las llamas se expandieron de una manera muy extraña, llegando de una fachada a otra en pocas horas.

En Madrid se comenzó a decir que el rey no había soplado para apagar las llamas, sino para avivarlas.

A los pocos días, Felipe V tomó la decisión de derribar la torre y las dos fachadas que se habían salvado, para poder así construir un palacio real más acorde a sus gustos. Pero esto ya es otra historia diferente, que puedes consultar pinchando aquí: “El Palacio Real de Filippo Juvara”.

Como decimos, una tragedia para Madrid, pero a su vez uno de los episodios más interesantes y con más interrogantes de toda la historia de la ciudad. No obstante, no fue más que uno de los primeros incendios trascendentales de Madrid que han afectado tanto a monumentos de otro tiempo (Plaza Mayor, iglesia de San Ginés en la calle Arenal, convento de San Felipe el Real en la calle Mayor, parroquia de San Luis Obispo en la calle Montera…), como a espacios más modernos (Palacio de Deportes, discoteca Alcalá 20, Torre Windsor…).

Esta noche por primera vez el mensaje de Nochebuena del rey tendrá lugar en el Salón del Trono del Palacio Real. Un lugar histórico, la figura del rey de España… y una noche, la del 24 de diciembre, son los elementos que sin duda a más de uno le traerá a la mente aquel célebre incendio de nuestro querida fortaleza, aquel mítico palacio de los Austrias… el nunca olvidado Real Alcázar de Madrid.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El Coliseo de las Tres Culturas

Hoy traemos a nuestro blog un plan faraónico que pretendía convertir a Madrid en la capital de las Artes Escénicas a nivel internacional. Se trata del Coliseo de las Tres Culturas.

El proyecto que comentamos en esta ocasión es uno del que se habló mucho en su momento, que parecía destinado a convertirse en un auténtico símbolo para la ciudad, y que sin embargo, tras su cancelación, parece borrado de la memoria colectiva. A pesar de ello, fue uno de los más ambiciosos de principios del siglo XXI.

Proyecto del Coliseo de las Tres Culturas
La bomba estallaba en abril de 2004: el polifacético empresario José Luis Moreno se lanzaba a la aventura de la construcción de un gran teatro multifuncional en unos terrenos cedidos ya en 2002 por el Ayuntamiento de Madrid a la productora Miramón Mendi en el barrio de Hortaleza.

Con la colaboración de personajes tan conocidos como la cantante lírica Montserrat Caballé y el tenor José Cura, quienes probablemente se convertirían en directores del centro, y el apoyo del alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, se pretendía la creación de un espacio escénico entre la Avenida de Machupichu y el Parque de los Llanos, junto a la Avenida del Papa Negro, muy próximo a la Feria de Madrid IFEMA.

Este recinto, que alcanzaría los 121.561 metros cuadrados,  tendría una fuerte personalidad por su variedad de actividades. Sus principales “Tres Culturas” se dividirían en tres diferentes salas:

- Sala 1. Con capacidad para 2.500 personas, sería la sala magna del teatro, acogiendo los espectáculos de ópera y zarzuela. Ballet, recitales… también tendrían lugar en esta sala, con unos precios reducidos para jóvenes, promoviendo así la cultura entre los nuevos aficionados. Asimismo, la Filarmónica y los Coros del teatro ofrecerían conciertos de música clásica y representaciones de opereta.

Proyecto del Coliseo de las Tres Culturas
- Sala 2. Las 2.000 personas que podrían reunirse en este espacio, disfrutarían sin duda de los musicales que tendrían lugar aquí. Espectáculos tanto nacionales como internacionales, que se abrirían por otra parte a la danza, serían los protagonistas en esta sala. No obstante, se intentaría que artistas españoles pudieran encontrar siempre un hueco en este escenario: Sara Baras, Antonio Canales, Joaquín Cortés, El Ballet Nacional, el de Víctor Ullate, el de Nacho Duato…

- Sala 3. A pesar de ser la más pequeña, gozaría con 1.500 plazas. Se trataría de un espacio dedicado al teatro de comedias, cómicas y dramáticas, desde las obras clásicas hasta las de vanguardia.

Pero el Coliseo no se reduciría a estas tres salas. A las mismas habría que añadir un Conservatorio y Escuela de Arte Dramático, un taller de ópera, zarzuela y ballet, y diversos talleres de Iluminación, Atrezzo, Escenografía, Efectos Especiales, Caracterización, Peluquería Teatral y Vestuario, además de salas de exposiciones, un centro comercial y un Museo de Artes Escénicas.

Su vocación de referente a nivel internacional se vería reflejada en el edificio que albergaría este Coliseo: la arquitectura también sería un punto importante de esta gran construcción.

Distribución del Coliseo de las Tres Culturas
vicens-ramos.com
Ignacio Vicens y Hualde, arquitecto madrileño nacido en 1950, era bastante conocido ya en 2004 por algunos eventos concretos en nuestra ciudad: la construcción del escenario que se colocó en el estadio Santiago Bernabéu en 1982 con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II, la del escenario de la plaza de Colón en 1993 por la misma razón, y también el encargado de la preparación de la catedral de la Almudena en ese mismo 2004 para el enlace entre el entonces príncipe Felipe de Borbón y Letizia Ortiz.
Desde 1984, el arquitecto comparte estudio con José Antonio Ramos, y en este taller Vicens-Ramos se diseñó el Coliseo de las Tres Culturas.

Ambicioso, arriesgado, faraónico… muchos son los adjetivos que se pueden encontrar echando mano a la hemeroteca de ese verano de 2004, pero lo cierto es que el proyecto no dejaba indiferente a nadie.

El edificio, estéticamente, destacaría por su cubierta de vidrios serigrafiados con pan de oro. Tendría de cinco a siete plantas y entre 2.000 y 3.000 plazas de aparcamiento. A pesar de su diseño único, se trataría de integrar en el barrio.
Según el arquitecto, sería “un gran jardín fractal, unido por pasarelas y rematado por estanques”.

Proyecto del Coliseo de las Tres Culturas
Habría una plaza ajardinada en un lateral, y otra más con láminas de agua por la que se accedería a los aparcamientos, dejando la fachada principal en la Avenida de Machupichu.

Se tenía previsto comenzar la construcción en septiembre de 2004, y la inauguración en 2007. Sin embargo, ya desde el principio el proyecto se fue retrasando. Fue precisamente en septiembre de 2004 cuando Montserrat Caballé se desvinculó del Coliseo de las Tres Culturas.

Durante bastante tiempo no hubo nuevas acerca de este gran centro, hasta que en noviembre de 2007 se dijo que, a pesar de los retrasos, la obra seguía adelante. Algunas importantes fuentes financieros hicieron que José Luis Moreno pudiera hacer frente a los 150 millones de euros que se invertirían en el Coliseo, y a su vez, la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, anunció su apoyo al proyecto.

Volvieron a pasar los años, y de nuevo sin noticias de la construcción… hasta que en diciembre de 2010 se rompió el sueño: se anunció la cancelación definitiva del proyecto tras algunos años bastante convulsos para José Luis Moreno, y el Ayuntamiento comenzó los trámites para la recuperación de los terrenos, en los que los vecinos de Hortaleza reivindicaban un Centro de Formación Profesional.

Distribución del Coliseo de las Tres Culturas
vicens-ramos.com
La misma suerte que el proyecto la corrió su principal promotor: el conocido empresario se vio obligado poco después a declarar como imputado en el caso Palma Arena por presunto soborno al expolítico Jaume Matas, y más tarde fue acusado por el extesorero del Partido Popular Luis Bárcenas de aportaciones al partido en dinero negro, con lo que si quedaba alguna posibilidad de que el proyecto del Coliseo de las Tres Culturas fuera retomado, se esfumó por los nuevos acontecimientos.

Lo que había sido prometido a los vecinos del barrio de Hortaleza como “el nuevo Teatro Real de Madrid”, quedó finalmente en un proyecto más de este apasionante “Madrid que no fue”.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

La Casa de Correos y Telégrafos

Uno de los edificios más imponentes de la capital es, sin duda alguna, el “Palacio de Telecomunicaciones”, desde 2011 denominado “Palacio de Cibeles” por su ubicación frente a la famosa fuente de Ventura Rodríguez. Sin embargo, no fue éste el único proyecto que se barajó para ese emplazamiento.

Plaza de Castelar, hoy plaza de Cibeles, en 1890
pinterest.com
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la plaza de Cibeles no era muy diferente a como lo conocemos hoy en día. El Palacio de Buenavista, levantado en 1767, el edificio del Banco de España, inaugurado por el niño que llegaría a ser el rey Alfonso XIII y su madre, la reina regente María Cristina en 1891, y el Palacio de Linares, finalizado en 1900, protegían a la diosa Cibeles ya situada en el centro de la plaza, en su ubicación actual (recordemos que desde su instalación en 1782 y hasta 1895 la fuente se encontraba a la entrada del Paseo de Recoletos, mirando hacia la fuente de Neptuno).
Sin embargo, faltaba un edificio en este entorno, el espectacular “Palacio de Cibeles”.

A principios del nuevo siglo, el Estado convocó un concurso abierto para la construcción de una Casa de Correos y Telégrafos en el centro de Madrid, sustituyendo a la antigua Real Casa de Correos de la Puerta del Sol.
Hasta ese momento, en la zona sureste de la Plaza de Cibeles (plaza de Castelar en aquel entonces, plaza de Madrid hasta 1900) se ubicaban los Jardines del Buen Retiro, mucho más grandes que el actual Parque del Buen Retiro, en el antiguo conjunto de recreo anexo al Palacio del Buen Retiro.

Como ya podrás imaginar, esta nueva Casa de Correos y Telégrafos, se ubicaría en un pedazo de estos Jardines, en los colindantes a la plaza de Cibeles.
Las bases eran claras: un gran edificio no superior a cinco pisos que, dando sus fachadas a la calle de Alcalá, Paseo del Prado y plaza de Cibeles, acogiera los servicios de correos, telégrafos y teléfonos.

Fueron tres los proyectos que se presentaron hasta noviembre de 1904, cuando se cerró el concurso, todos ellos de gran calidad e interés.

Proyecto de Joaquín Saldaña y Jesús Carrasco
El primero de ellos, de estilo francés Luis XV, de Joaquín Saldaña y Jesús Carrasco, parecía uno de los favoritos. El motivo es que, según los expertos, tenía las fachadas más estudiadas y mejor diseñadas de los tres proyectos. Esto también tenía una desventaja: su coste de 5.152.477,91 pesetas era el más elevado de los presentados.
La Academia de Bellas Artes de San Fernando consideró erróneo, sin embargo, el planteamiento que los arquitectos habían hecho del edificio. Y es que lo habían configurado para que en un futuro pudiera ser utilizado como Ministerio, algo que no gustó a la Academia.

Proyecto de Luis Montesinos y Felipe Mario López Blanco
El segundo proyecto, de Luis Montesinos y Felipe Mario López Blanco, de concepción anacrónica, fue sin duda el más polémico, como después veremos.
Se trataba de un edificio sobrio que seguiría el sistema americano al no colocar patios en su interior, aunque sí ventiladores y abundante luz eléctrica. Aunque en la actualidad se apuesta por los grandes ventanales para conseguir así luz natural, en la época la moda era construir edificios que gozaran de un buen sistema de alumbrado eléctrico.
Su creación costaría a las arcas públicas un total de 4.736.211 pesetas.

Proyecto de Antonio Palacios y Joaquín Otamendi
El tercer proyecto fue el presentado por Antonio Palacios y Joaquín Otamendi. El hecho de que su presupuesto fuera el más bajo (4.499.906,99 pesetas), no hacía que el edificio fuera menos vistoso. De hecho era, posiblemente, el más monumental de los tres. Todos los servicios públicos se reunirían bajo una rotonda en la planta baja, y se pedía un mínimo de 4 años para ejecutarlo.

Hay que tener en cuenta que en 1904, la figura de Antonio Palacios y Joaquín Otamendi no era tan popular como lo es hoy en día, y se trataba de una pareja de jóvenes e inexpertos arquitectos.

La decisión fue tomada por unanimidad por los miembros de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y como es bien sabido, el proyecto ganador fue el de Palacios y Otamendi.
Maqueta en escayola del proyecto de Palacios y Otamendi.
elpais.com
El segundo resultó el de Carrasco y Saldaña porque, según el fallo, se habían pospuesto los servicios de atención al público, algo vital para el nuevo edificio.  Sin embargo, se alabó el informe de las fachadas.
Por último, en tercer lugar quedó el de López Blanco y Montesinos, al que se criticaba por no adaptarse a los servicios requeridos por el edificio.

El proyecto ganador se había presentado incompleto, con falta de documentación y de detalles, pero según la comisión, se estaba ante “el producto de una creación genial”. Por ello se les otorgó a los autores el plazo de un mes para concretar su atrevida propuesta.

Una vez los miembros del jurado fallaron a favor de Palacios y Otamendi, surgió la polémica, como antes comentábamos.
Construcción de la Casa de Correos y Telégrafos
Montesinos y López Blanco, cuyo proyecto había quedado segundo, parece que no toleraron la decisión de la Academia. Por este motivo elaboraron un folleto de 75 páginas en el que explicaban por qué su propuesta no había sido la ganadora para que “la cuestión fuera conocida por la prensa”.

En este escrito, más que defender su creación, trataban de criticar la de Palacios y Otamendi. Sin nombrar específicamente ese proyecto, comentaban que el presupuesto de otras propuestas era inverosímil, que la suya era más práctica que “algunas”, que en un edificio público no habría que poner decoración propia de un palacio

Palacio de Cibeles en la actualidad
De cualquier manera, el Palacio de Comunicaciones, apodado cariñosamente en la época por los madrileños como “Santa María de las Comunicaciones” por su monumentalidad propia de una catedral, comenzó a construirse en 1907, y se finalizó en 1919, llegando a nuestros días como una de las construcciones de más interés y más impactantes de nuestra ciudad. Según los propios arquitectos, se trataba de construir “un edificio para el público”, algo que lograron con creces, puesto que a día de hoy está abierto a todos los ciudadanos como Centro Cultural CentroCentro, y por supuesto, desde principios del siglo XXI como sede del Ayuntamiento de Madrid.